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Mobbing: Acoso o Maltrato Laboral | M. A. Barroso Hace 12 años (18/12/2007 16:40:09) | |
Enfermeras. Sin vacuna contra la ira
El tipo, rojo como un tomate y descompuesto después de escupir «hijas de p.#.» y otras lindezas mezcladas con perdigones de baba, se toma un par de segundos, mira con odio a las enfermeras y se pasa el dedo índice por el cuello. Éstas llaman a seguridad del hospital y acuden un par de vigilantes jurados. El agresor vuelve rabioso a la habitación donde está su hermano ingresado.
«Quería que le cambiáramos la cuña, pero estábamos agobiadas con otras tareas más urgentes. Le pedimos que tuviera un poco de paciencia». No era la primera vez que el sujeto insultaba al personal de este hospital madrileño, pero nunca había llegado tan lejos, a las amenazas de muerte.
Horas después se oyó una escandalera al final del pasillo. El tipo y su pariente rodaban por el suelo enzarzados en una pelea. Tuvo que acudir la Policía nacional y llevárselo. Una de las enfermeras estuvo varios días de baja a causa de un ataque de nervios.
El caso no tiene la categoría de noticia. Probablemente, ni de chisme de hospital. Como mucho se comentó durante un par de días en la planta y se fue apagando, como un eco. Porque es el pan nuestro de cada día para miles de profesionales españoles de este sector.
Según un reciente estudio del Consejo General de Enfermería, un 33 por 100 ha sufrido una agresión física o verbal en los últimos doce meses. En concreto, 2.998 enfermeros fueron atacados físicamente en este periodo. Los responsables han sido los propios pacientes (47,3 por 100 de los casos), sus familiares y acompañantes (49,8) y otros individuos sin identificar (2,9). Las causas más citadas, la frustración de no ver satisfechas sus expectativas de atención sanitaria en cuanto a tiempos y pruebas (41 por 100), el desacuerdo en valoraciones o diagnósticos (27) y la no aceptación por parte del personal de demandas específicas (12).
Recursos y formación
«Hay un problema de fondo importante: la frustrada posibilidad de conseguir un derecho de forma inmediata», señala José Ángel Rodríguez, vicepresidente del Consejo General de Enfermería. «El nivel de exigencia de los usuarios españoles ha subido mucho en los últimos años sin que los recursos hayan mejorado en la misma proporción. De todos modos, eso no justifica las agresiones». La tensión se hace más dramática en el servicio de urgencias, donde se mezclan pacientes con patología banal con otros que sufren «averías» serias. Un panorama clásico en los hospitales de nuestro país.
El atasco termina por cabrear a la gente, que pide atención inmediata. «Es preciso montar un buen sistema de información que tranquilice a los pacientes y sus familiares. Cambiar el modelo. Eso requiere invertir en la formación de las enfermeras», continúa Rodríguez. «Al mismo tiempo, mejorar los sistemas de seguridad, con cámaras y efectivos de vigilancia.
No es de recibo que haya individuos que quieran fumar en urgencias junto a bombonas de oxígeno y monten una bronca cuando les llamas la atención. Por desgracia, la respuesta de las administraciones es más bien fría. Hasta que no haya una desgracia no se producirá una reacción».
La epidemia del «mobbing»
El psicólogo sueco Heinz Leymann, uno de los grandes gurús del «psicoterror laboral» (hasta su muerte, en 1999, atendió a casi un millar de víctimas), realizó el siguiente diagnóstico: «En las sociedades de nuestro mundo occidental altamente industrializado, el lugar de trabajo constituye el último campo de batalla en el que una persona puede matar a otra sin ningún riesgo de llegar a ser procesada en un tribunal». A las agresiones al personal sanitario hay que añadir una lacra que ha adquirido la categoría de epidemia: el «mobbing».
Hace un lustro, el informe Cisneros III, realizado por la Universidad de Alcalá de Henares y el Sindicato de Enfermería (SATSE), revelaba que una de cada tres enfermeras era víctima de acoso; el 80 por 100 decía padecer problemas físicos por este motivo, y un 32 por 100 refería secuelas graves o muy graves para su salud.
El caos organizativo, el peso específico que tienen las mujeres en esta profesión (con una proporción de 9 a 1 con respecto a los hombres que, por cierto, también están en la línea de fuego) y la dependencia jerárquica múltiple son factores que explican el hostigamiento.
«Las cosas están igual, o peor», reconoce Iñaki Piñuel, autor de «Mobbing. Cómo sobrevivir al acoso psicológico en el trabajo» (Sal Terrae) y director de los informes Cisneros. «Un sanitario atenazado por el miedo no funciona bien, su cerebro sufre un cortocircuito, una «indefensión aprendida»: se sabe a merced de cualquiera y su sistema nervioso está siempre en alerta».
Al contrario de lo que pudiera parecer, el «mobbing» no lo sufren los mediocres, sino los brillantes. «Los psicópatas organizacionales van a por los que no son sumisos, los librepensadores, los solidarios, los carismáticos. Las enfermeras, al desarrollar una labor asistencial y humanitaria, tienen una actitud conciliadora; no desarrollan barreras. Son víctimas perfectas. El hostigador se las arregla para enconar a todos contra uno: a ése envidiamos, a ése odiamos», añade Piñuel.
A veces jefes, habitualmente compañeros, siempre manipuladores que actúan en la sombra, estos individuos sin escrúpulos ningunean, aíslan, asignan misiones sin sentido, cargan de trabajo (o todo lo contrario), gritan, insultan, se mofan... para tapar sus propias deficiencias.
Iñaki Guerrero, psicólogo especializado en «mobbing», habla de una terrible espiral: «Las víctimas creen que nadie es perfecto, buscan las razones de sus fallos, aumenta la ansiedad, disminuye el rendimiento, cometen más errores... Lo esencial para escapar es creer, primero, que ellas no tienen la culpa; después deben controlar las emociones, evitar las reacciones violentas e intentar trasladar la inseguridad al acosador».
Protocolo anti violencia
Hasta aquí, el rearme moral. ¿Y qué hay de la extirpación del tumor? «Las organizaciones tienen que implementar protocolos anti violencia partiendo del principio de tolerancia cero. Es la única forma de acabar con la impunidad de los acosadores», propone Piñuel. «Allí donde se imponen medidas de sanción a los culpables -incluyendo los cómplices y testigos silenciosos- y de protección a las víctimas, los casos caen a cero, porque los malos podrán ser muy malos, pero no son tontos».
La Ley de Igualdad de Género aprobada en marzo obliga a estos protocolos. Además, el Gobierno maneja un borrador de la reforma del Código Penal para tipificar el delito de acoso psicológico en el trabajo, que incluye penas de cárcel y de inhabilitación profesional. Pero falta pasar del papel a la decisión.
Entretanto, detrás de la inicial M se esconde una tragedia real: «Trabajaba en un organismo público. A causa del brutal acoso sufrido a manos de mis compañeros tuve varios accidentes laborales y fui expulsada. No hubo evaluación de riesgo: simplemente fui considerada una persona inestable, casi una lunática. Ahora estoy en tratamiento psicológico por estrés postraumático y he puesto una demanda a la empresa: quiero reivindicarme como profesional. Quiero recuperar mi empleo. Lo hago por mí y por otros estigmatizados que eran los mejores, los más trabajadores».
POR MIGUEL ÁNGEL BARROSO
Fuente:
www.abc.es
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